Después de dejar el piso, nos encaminamos a nuestra primera parada: Madrid. Pasamos nochevieja y reyes con mi familia, antes de llevar a mi madre a Asturias, y comenzar desde allí nuestras andanzas. Sin darnos cuenta, la casa de mi madre se convirtió en nuestro campamento base.
La primera semana con ella fue rara. Llovía todos los días, el tiempo no invitaba mucho a salir a explorar, aunque sabíamos que ese era el estado natural de Asturias. Los horaríos trastocados de Mïa nos hacían perder las mañanas y las tardes. Empezamos a agobiarnos porque, ¡no estábamos viajando ni conociendo absolutamente nada!
Finalmente decidimos irnos y salir de allí, a Galicia, a revisitar Santiago (esta vez juntos), comer pulpo y mejillones en salsa de erizo. Pero sólo podíamos estar fuera unos días. La comida especial de la perra se nos estaba acabando y nos llegaba un nuevo paquete a casa de mi madre.
Volvimos por unos días: mi madre quería invitarnos a su restaurante de referencia en Gijón, visitamos a mi yaya e intentamos pasarle la itv a la furgo…¡nos dieron cita para marzo! Así que en marzo nos tocaría volver.
Aún así, seguíamos sin poder irnos de allí por completo. De nuevo teníamos que volver a recibir comida de la perra, compras varias por amazon, entrevistas de trabajo de Marc, mi reincorporación temporal al trabajo, y, ya que estábamos, pasaríamos allí mi cumpleaños.
Reconocemos que Mïa tuvo una sobreexposición a las pantallas brutal, pero también tuvo mucha interacción con la naturaleza en nuestro campamento base: vio cómo se enciende y mantiene encendido un fuego, sintió el tacto de un caracol, aprendió a reconocer el canto de un gallo o el rebuznar de un burro asustado por Maia. Vio pastar vacas a pocos metros de ella y tuvo la oportunidad de tocar un caballo…aunque no la aprovechó.
Maia, por su parte, tuvo una sobreexposición a animales de granja, a los que ladrar y querer perseguir. Y también tuvo una aventura amorosa con mi madre, a quién acosaba constantemente en busca de comida por el día, y calor para domir la siesta y la noche.
En fin, que casa de mi madre se convirtió en nuestro centro de operaciones. Estuvimos haciendo escapadas de unos días, pero siempre volviendo al campamento base, deseando poder comenzar, definitivamente, nuestros viajes con libertad.