Asturias

Asturias, una provincia sin aceras ni arcenes, donde los peatones tienen el poder de hacer que los coches se aparten para dejarlos caminar. Una provincia que parece no ser española, a pesar de que “Asturias es España, y el resto territorio conquistado a los moros”. No habíamos estado nunca en un sitio donde nos haya costado tanto encontrar un bar o una cafetería. De verdad, había momentos que era como estar en el extranjero

Aún así, y aunque no imaginamos quedarnos taaanto tiempo por Asturias (¡dos meses!). Este lugar nos ha regalado ese frenazo y relax que necesitábamos en este periodo de transición.

Tanto verde, tanto verde…

Sorprende que tengamos problemas de sequía o de contaminación cuando al ir por la carretera te encuentras con chorros de agua que emanan de las rocas, o con enormes prados con un puñado de casas desperdigadas. Ver esa poca densidad de población, incluso en las ciudades que se suponen grandes… ¿De verdad en España hay gente que sigue viviendo así? Obviamente, sí, pero no puedo dejar de sorprenderme. Como cuando me acuerdo de que en pleno siglo XXI, en España (y en otros países), sigue habíendo una monarquía. ¿Pero eso no era algo de la Edad Media? (Con la diferencia de que sin esta última podríamos vivir, y no nos pasaría nada.)

En cierta medida, ha sido como viajar en el tiempo, como observar cómo era la vida hace unas décadas, cuando la gente aún no había dejado el campo para emigrar a las grandes ciudades en busca de una mayor calidad de vida. Calidad de vida que, por otro lado, hemos ido perdiendo, porque ahora todos queremos volver al campo.

Vacas, ovejas, burros, gallos y gallinas pastando a sus anchas, con total tranquilidad, indiferentes e ignorantes al mundo atroz en el que se encuentran, y, no sé cómo, capaces de transmitir y contagiar esa calma.

Mïa ha vivido todo eso y más. Ha tenido caracoles recorriendole las manos, y ha visto ratones de campo recorriendo la cocina de Güelita. Ha aprendido que las gallinas (y las aves en general), ponen huevos, pero no tienen tetitas como las vacas. Que haya visto cómo otros mamíferos amamantan a sus crías me ha parecido brutal. No sé, por algún motivo, me resulta enriquecedor para ella, para que conecte con su naturaleza animal. “Las vaquitas y las ovejitas bebés, como ella, toman tetita de sus mamás.”

Asturias también me ha hecho reflexionar sobre la confianza: ¿en qué momento perdimos esa cercanía entre nosotros, entre los desconocidos, dando lugar a la desconfianza y a la extrañeza? Me ha sorprendido mucho cómo la gente que se nos cruzaba por la calle tenía siempre una mirada, una sonrisa, unas palabras, para Mïa y/o para Maia. Y me ha sorprendido también que, si esta situación se nos hubiese dado en Madrid o Barcelona, me hubiese sentido incómoda y habría sentido una falta de respeto de la gente hacia la niña. Pero, sin embargo, en Asturias me ha parecido entrañable.

Señoras que tienen que pararse a admirar lo rubia y guapa que es la niña, cayéndoseles la baba como si fuera su propia nieta. Mujeres que desde la acera de enfrente le echan carreras. Monjas que le cantan canciones a sus ojos azules. Personas que se paran a saludar a Maia, sin importarles que les salte, lama o incluso les de mordisquitos en las orejas. Y todas ellas nos recordaban lo afortunados que éramos por la familia que teníamos, y nos animaban a disfrutarla como si no hubiera un mañana.

Volviendo al tema de la confianza, recuerdo que en mi segunda semana viviendo en Dublín, un chico se me acercó y me preguntó si necesitaba ayuda para llegar a algún sitio. Sin saber cómo, inicié una conversación con él y me invitó a salir a bailar a un pub que no conocía. Por sorprendente que ahora me parece, no dudé ni un segundo en aceptar esa invitación y darle mi número de teléfono. Si eso me hubiera pasado en Madrid, en cuanto el chico se me hubiese acercado, habría guardado el móvil y le habría hecho ver que no estaba perdida.

¿Será porque cuando vienes de fuera, esa interacción se interpreta como una (deseada) acogida; mientras que cuando estás en tu ciudad crees que no necesitas nada de los demás, ni siquiera la amabilidad espontánea?

También me he percatado de una cosa, y es que, al llevar la casa a cuestas, no voy por las calles o las ciudades como si fuera una turista, sino como si fuera extranjera. Quizá parezca que es lo mismo, pero no lo es. Hago la colada y la compra como si mi casa estuviera en uno de los bloques de aquí al lado. Pero en vez de una casa es una autocaravana, y en vez del bloque de al lado, es el parking de las afueras. Eso también cambia la manera en la que uno se mueve por las ciudades e interacciona con los autóctonos, y, por supuesto, la forma en la que se perciben sus acercamientos.

Volviendo por segunda vez al tema de la confianza. De verdad creo que en esta sociedad necesitamos cultivar más el ‘bienpensamiento’, no podemos ir siempre pensando que quien se nos acerca es porque nos quiere hacer mal, ¡cuántas cosas nos estaremos perdiendo por estar siempre a la defensiva! Y no hay nada como tener la confianza de los demás en que obrarás bien, para, efectivamente, obrar bien. Dejemos de repetirnos, a modo de justificación, el ‘piensa mal y acertarás’, porque, en la práctica, no creo que aplique en la mayoría de casos; es simplemente un refrán, no una ‘lección de vida’. Quizá esto suene muy “Mr. Wonderful”, pero, sinceramente, prefiero vivir pensando que hay bondad en el mundo, y llevarme alguna decepción de vez en cuando; que pensar que la maldad reina sobre la faz de la Tierra, y sentir cierta esperanza en la humanidad unas pocas veces en la vida.

En definitiva, Asturias ha sido como un ‘detox’, como un tónico para desencararnos y conectarnos más con nuestra naturaleza, sin escudos. ¡Una actitud perfecta para encarar nuestra aventura!

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