Castilla y León

A esta entrada la he titulado Castilla y León, por mantener cierta consistencia en el blog. Pero he estado muy a punto de llamarla ‘Independencia a tot arreu i amb tothom’.

Una de las primeras cosas que más me llamó la atención al llegar a Cataluña, fueron los prejuicios tan fuertes y tan a la orden del día que se hacían sobre ciudadanos de otras comunidades autónomas. Los andaluces, unos vagos; los madrileños, unos peperos; y los de castilla en general, unos fachas. No sé, quizá he vivido en una burbuja aislada de la realidad, pero más allá de “los catalanes son unos agarraos”, o “los vascos unos exagerados”, no tenía ninguna idea preconcebida de ningún otro origen, y, desde luego, no es algo que diera verdaderamente por hecho de nadie de esos lugares sin apenas conocerlos. Sin embargo, al decir yo que era de Madrid, muchos asumieron que era de derechas, ¡sin ser yo nada de eso!

Llegué, además, en el punto álgido del intependentismo, en el 2017, para vivir ese intento (o brevísimo periodo) de independencia de Cataluña. Conocí excelentes personas que apoyaban el movimiento independentista, y con las que tuve muchas conversaciones para entender su punto de vista y su sentimiento.

Otro impacto cultural que encontré fue la defensión de la lengua. Después de haber vivido en Irlanda, y no haber escuchado jamás, de ningun irlandés, que viviendo allí debería esforzarme por aprender gaélico; me parecía un ataque innecesario que sí me lo dijeran respecto al catalán, estando dentro de mi propio país, donde el castellano también era lengua oficial. Antes de nada, tengo que decir que nunca nadie se ha negado a hablarme en español cuando lo he pedido, pero sí que he escuchado la bromita con sorna, que esconde una queja y una indignación implícita por no aprender la lengua.
Pero poco a poco vas viendo que, aunque se esfuercen por mantener la reunión de trabajo en castellano para ti, les cuesta horrores no hablar entre ellos en catalán, especialmente cuando las discusiones se acaloran, o cuando una reunión de 10 personas se convierte en un diálogo (entre catalano parlantes) con 8 espectadores. Y es que “cuando conocen a alguien en catalán, cuesta mucho hablarle en castellano; y viceversa”. Dicho así, suena a escusa que te cagas. Todo para seguir tocando los cojones e ir en contra de España y de lo español. Pero no, les sale natural, no por joder. Y es muy fácil verlo (sentirlo) cuando lo presencias.

Comparando, cuando yo vivía en Irlanda, aunque en el grupo hubiera gente que no entendía español, si me dirigía a alguien en concreto, que yo sabía que hablaba español, directamente le hablaba en ese idioma. Porque me salía más fácil, más natural, podía expresarme mejor y más rápido, ideas, emociones, frases espontáneas…mi cerebro recurría siempre al español. Y si mi cerebro tenía que estar tooodo el día traduciendo ese tipo de cosas para comunicarme en ingés, llegaba a casa agotada, y volver a España era como saborear el cielo.

Claro, alguno pensara que esa comparación no es justa, que mi lengua materna es el español, y que el inglés es un idioma que he aprendido a posteriori. Los catalanes son bilingües, y para ellos debería ser igual español que catalán. A todos los que penséis eso, deciros que el bilingüismo no es lo que parece: siempre hay una lengua que predomina más que la otra en tu cabeza. Quizá porque es la que se habla en tu casa, aunque fuera de ella escuches y hables las 2 por igual; quizá utilizas una lengua para cierto ámbito de tu vida, y otra para otro y, por tanto, pensamientos relacionados con una u otra cosa te vienen en distinto idioma (cuánta gente que se dedica a la informática o a la programación, utiliza la mitad de su vocabulario en inglés sin, muchas veces, saber cómo se traducirían esas palabras al español). Son muchas variables y circunstancias muy distintas a nivel individual, imposible generalizar.

Y que nos dice todo esto, que existen personas que se sienten más cómodas y libres expresando sus ideas y emociones en catalán. Copio y pego unas frases de antes, un pelín modificadas:

“Aunque en el grupo hubiera gente que no entendía catalán, si me dirigía a alguien en concreto, que yo sabía que hablaba catalán, directamente le hablaba en ese idioma. Porque me salía más fácil, más natural, podía expresarme mejor y más rápido, ideas, emociones, frases espontáneas…mi cerebro recurría siempre al catalán. Y si mi cerebro tenía que estar tooodo el día traduciendo ese tipo de cosas para comunicarme en castellano, llegaba a casa agotada, y volver a Cataluña era como saborear el cielo.”

Obviamente, el agotamiento mental por la traducción constante de un bilingüe no es igual, pero, de alguna forma, aunque sea en miniatura, está ahí. La diferencia es que, para los catalanes, volver a Cataluña no es siempre saborear el cielo. Todos los días viven situaciones cotidianas que les requieren el uso del español. Puedo imaginarme la frustración y el sentimiento de discriminación por pertenecer a una minoria que, en vez de ser protegida, es popularmente criticada. Y si yo puedo imaginarme todo esto es porque he tenido experiencias “similares” en el extranjero, porque he vivido en Cataluña, y porque me he interesado en comprender el otro punto de vista con empatía y no con el prejuicio por bandera.

Estaréis pensando qué tiene que ver todo esto con Castilla y León. Hasta ahora sólo he hablado de Cataluña y de Irlanda, y no de lo que se supone que he venido hablar. Siento tanta introducción, pero la encontraba necesaria.

Resulta que, para nuestra sorpresa, dentro de Castilla y León también existe un pequeño movimiento independentista, el Leonesismo (nos lo contaron durante el freetour por León). Y es que León, Zamora y Salamanca se consideran más cercanas entre ellas (País Leonés), que del resto de provincias de su comunidad. Parece ser que algunos hosteleros podrían ofenderse un poco si en vez de pedir productos de León, pides productos de sus provincias hermanastras. Esta revelación nos hizo pararnos a analizar el nombre de la comunidad autónoma que, efectivamente, es Castilla – y – León. Remarcando que León no pertenece Castilla y que ha sido la adoptada; al parecer, en contra de la voluntad de muchos.

Irónico. En muchos sentidos. Tanto en las críticas fervientes que ha tenido el independentismo catalán desde el resto de España, como las críticas de los catalanes respecto a los ideales políticos del resto de España, a pesar de las similitudes. Y es que, criticar sin conocer es demostrar la ignorancia. Generalizar a una población entera puede hacer que te pierdas los encantadores matices que existen.

Aún así, no pude dejar pasar dos episodios lamentables que presencie de “odio” innecesario e injustificado hacia lo catalán:

1. Hacia los catalanes en León:

Para preparar el regalo del día del padre, tuvimos que entrar en una copisteria. Como no podía ser de otra forma, Mïa llamó la atención de la dueña del negocio, que además se percató de que decía cosas en catalán. Después de contarle de dónde veníamos y que Marc siempre le hablaba a la niña en catalán, la mujer nos confesó que ella era de Tarragona y que se arrepentía de no haberle hablado a sus hijos en catalán.

Obviamente, le pregunté porqué no lo hizo, y su respuesta fue que lo tuvo que hacer para sacar su negocio adelante. Inocente de mí, seguía sin entender el motivo, no veía la relación entre esas dos cosas. La mujer me explicó que cuando algunos clientes entraban a la copistería y la veían hablándole a sus hijos en catalán, le decían de todo y no volvían a aparecer por la tienda. No sé qué edad os estáis imaginando que tiene esta mujer, pero, aunque no se lo pregunté, no debía de tener más de 40 años. Así que esto no le sucedió hace tanto. No podemos decir que “eran otros tiempos”.

Me imagino no poderle hablar a mi hija en mi lengua materna, no poderle traspasar mi cultura, que sin quererlo es parte de mí, y se me hace muy duro. Esta mujer tuvo que mutilar parte de su identidad y de su relación con sus hijos, de la educación que quería que tuvieran, para poder salir adelante. Dicho así, se parece mucho a lo que muchas madres tenemos que hacer para no perder nuestro trabajo: externalizar los cuidados de manera prematura. Pero en este caso va más allá, porque alcanza también el ámbito privado. Estamos hablando de la comunicación con sus hijos, de la forma de transmitirles sus emociones, sentimientos y aprendizajes… No sé, me parece muy heavy.

2. Hacia los catalanes desde Zamora:

Zamora nos pareció una ciudad bastante agradable y bonita. Nada especial que destacar o por lo que volver, pero perfecta para la semana que pasamos allí.

Nos costó encontrar un bar para tapear como Dios manda. Probamos tres o cuatro, pero ninguno nos convenció del todo. Durante nuestra búsqueda, no pude ignorar una conversación en la mesa de al lado, que hizo que me ofendiera, sin ser yo catalana, ni catalanoparlante.

Una mujer – la cual dudo que haya vivido fuera de España (o incluso fuera de Zamora), ni dentro de Cataluña – se quejaba de que en Cataluña se exigiera a los españoles que hablen catalán para adquirir un puesto de trabajo. Tuve que contener muy fuertemente las ganas de levantarme y decirle que llevaba casi 7 años viviendo y trabajando en Cataluña sin que se me exigiera o preguntara si sabía hablar catalán para ninguno de los 3 trabajos que he tenido allí; ni para los 3 o 4 trabajos que tuvo mi ex, que tampoco era catalanoparlante. El señor con el que hablaba esta señora y que, aparentemente, sí que había vivido en Barcelona, le explicaba que él no había vivido eso. Desde su ignorancia, la mujer insistía en que antes no, pero ahora sí. Insistía, en que el castellano es también lengua oficial y que, con eso, ya debería bastar. Que exigir el catalán es discriminar a todos los españoles. Tengo que reconocer que yo también he llegado a pensar ese argumento. Argumento que ahora veo lleno de ignorancia y empatía.

Esta ‘personja’ también se quejaba de los porcentajes de español/catalán que se enseñaban en la escuela. Que si las dos lenguas eran cooficiales, debería enseñarse en un 50/50, que había niños en Cataluña que no sabían hablar español. De nuevo tuve que contener las ganas de levantarme y pedirle que me presentara a esos niños. Que en mi experiencia había visto niños que no hablaban catalán, pero nunca un niño que no hablase español.

Así que, después de estas vivencias, y aunque no me gustan ni las generalizaciones ni los prejuicios, no pude irme de Castilla y León sin la sensación de que los catalanes tienen razón, y que en la Castilla profunda hay mucha catalanofobia.

Sentí agustia, miedo y pena porque mi hija pudiera ser discriminada y tratada mal por el simple hecho de haber nacido en Cataluña. Me pregunto cuántas madres extranjeras experimentan esas emociones cada día después de dejar a sus hijos en el colegio.

Solo espero que, gracias a este viaje por Europa, donde Mïa está viendo e interactuando con niños de otros países, que hablan otros idiomas, acabe teniendo la percepción de que la diversidad es algo normal y maravilloso, de lo que no hay que asustarse ni defenderse con la crítica, sino acercarse para conocer y aprender.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *